El miedo a la soledad: Me llamó, me dijo que quiere verme hoy.

Excelente, hace un año que estoy sola y a pesar de que es olvidadizo, que no me tiene en cuenta en sus planes y que no me llama muy seguido; parece que le gusto y me hace sentir mariposas en la panza.

el miedo a la soledad

Un error del miedo, que hace que no veamos el iceberg que tenemos enfrente y que nos va a dejar hundidos en la peor pesadilla.

Congeniamos la salida, él pasa a buscarnos y parece el príncipe soñado. Su aroma, su estilo, el desparpajo de una noche brillante nos hace ver como en una telenovela.

Lo cierto es que, nos han enseñado que estar solo es malo, que la gente comenta; que los amigos se van poniendo de novios y se casan y que nosotros nos quedamos para vestir santos; que somos unos buenos para nada y que nunca seremos felices a menos que, encontremos el amor; El amor, la soledad, la autoestima, la dignidad y el miedo no van de la mano.

Pongamos en claro en primer lugar, quienes somos; seres humanos, con necesidades, sueños, ganas, puntos a favor y en contra en nuestro proceder; pero jamás seremos una necesidad patológica a ser saciada por alguien más; Debemos tener presentes que; el respeto es la base de toda relación y de no existir, no puede existir relación alguna.

Al respetarnos, respetamos al otro, así que, si no nos respetan es más que seguro que esa persona no se respeta así misma?, por lo cuál; para qué querríamos estar con alguien que se denigra a sí mismo y por ende, a nosotros por consecuencia.

En segundo lugar, somos seres pensantes, dotados de raciocinio, lo cual nos deja en un buen plano para poder entender qué quiere el otro de nosotros, cuáles son sus verdaderas intenciones.

Basta sólo con ver sus actitudes, sus acciones para con nosotros y sin bolas mágicas ni carta natal; podremos entender si en verdad siente amor hacia nuestro ser o sólo nos quiere manipular para captar nuestra atención, para luego jugar a que nos aman y nos dejan, nos aman y nos vuelven a dejar. Entonces entretenernos y en medio, lograr que por amor, hagamos lo que ellos quieran.

Lo más importante, es saber qué queremos en verdad para nuestra vida. Lo que añoramos ser, lo que en verdad necesitamos para conseguirlo y qué cosas no son compatibles con eso. Otra es la capacidad de sentirnos a nosotros mismos, como un ser aparte, que nos ama, nos aconseja, nos hace reflexionar y dar pasos firmes para nuestro bienestar.

Recordemos que sólo nosotros sabemos en un 100% lo que nos daña, nos hace felices y cómo ayudarnos a estar óptimos para vivir plenamente.

Pero, en algunos casos no es tan fácil y caemos en lo que nos dice tal o cuál amiga, nuestra propia madre (que viene de una conducta social limitada, machista, donde se esconde lo que somos y tenemos que ser lo que quiere la mayoría), la tía solterona que nos cuenta sus historias de cómo dejó escapar a su príncipe azul, de la abuela y el abuelo y su amor incondicional, etc etc.

Y se presenta entonces, el tan temido miedo a la soledad.

Sabemos que no queremos terminar como Marisa, la amiga de una amiga que, fue golpeada, abusada psicológicamente y abandonada por su pareja y que hoy día vive sola y llena de gatos. Que dejó su perfil artístico, desfiguró su silueta, anda sucia y desprolija por la calle y la tildan de loca.

Pero, hace un año nada más y nada menos, que no se nos presenta a tiro ese ser maravilloso que nos entienda, nos regale flores, nos cocine y nos llame para ver como estamos en las mañanas y en las noches para desearnos dulces sueños.

Y pasan los días, las semanas, los meses y nuestra última amiga/o se pone de novio y nos deja a la buena de Dios.

Si bien, no queremos caer en el tonto que nos llama cuando nadie más está libre, que es vago, que nos hace pagar la mitad de la cuenta en el restorán (sin previo aviso) y que mira a cuanta mujer se le pasa por delante, el miedo a la soledad nos susurra al oído su frase atroz: “Algo es algo”.

De repente, nos vemos acorralados en una relación violenta, queriendo salir corriendo pero no sabiendo cómo hacer, porque nos hemos dejado manipular tanto, que no distinguimos lo que queríamos, de lo que tenemos. Y mamá dice: “yo te lo dije” la tía solterona: “por eso me quedé sola”, la abuela, que el abuelo la obligaba a cocinar y no salir de la casa.

Nuestras amigas murmuran, que ¡qué nos pasó! Y de repente el mundo se detiene y caemos en la cuenta de que alguien nos ha tomado el pelo y nos ha hecho caer en su trampa.

El miedo, ese horrible sentimiento que nos paraliza y no nos deja pensar con claridad, que se nos acerca y nos habla suavemente, para luego hacerse fuerte ante nuestra debilidad y mantenernos separados de quienes somos en verdad.

Pero tranquilos, hay una salida.

El miedo se alimenta de nuestras debilidades, se hace más y más grandes a medida que las debilidades crecen, entonces debemos atacar las debilidades para lograr erradicar ese miedo burlón que nos atraviesa el pecho. Un espejo, la luz más brillante y nosotros ante el.

Desnudos de miradas ajenas, sólo nosotros y ese reflejo de lo que creemos ser ahora. Nos miramos detenidamente; cada parte, cada surco en nuestro rostro, cada mueca, cada marca. Y comenzamos a alejarnos de esa imagen y a ver algo más allí.

Un recuerdo de niños, esas risas tibias, esas campanadas de la iglesia los domingos, como queríamos ser grandes para poder hacer lo que nos viniera en ganas.

Las primeras citas, los planes de tener un negocio propio, los cuadros que nos encantaba pintar… y de repente, notamos que reímos, nos reímos de uno y otro lado de ese espejo que nos transparenta tal cuál somos.

Y comenzamos el viaje de regreso, hacemos planes, una lista de lo que nos gusta comer; aquél vestido que vimos camino al trabajo, una copa de vino en el sillón; Las flores que adoramos, un pastel con mucho chocolate; el perfume que hace mucho no usamos y la clase de gym a la que ya no estábamos yendo.

Nos reímos, a carcajadas desnudos frente al espejo y notamos que estamos gordos, ni flacos, ni viejos.

Que esas caderas son atractivas, que si cambiamos el color de pelo y lo cortamos un poco; seguro nos quedaría genial, que esa pancita es parte de nuestra personalidad y que no queremos cambiar lo que vemos por fuera; porque ya hemos cambiado lo que necesitábamos cambiar por dentro.

Y llega la noche, estamos en pijama comiendo el pastel que hicimos en la tarde y nos suena el teléfono. Es él, nos llama para pedirnos perdón, que todo va a estar bien y que no va a volver a suceder otra vez.

Estallamos de risa, porque estamos tan a gusto con nuestra compañía; que ni por todo el oro del mundo nos moveríamos de ese sillón mullido; calentito, mirando esa peli que queríamos ver desde hace poco menos de una año; con una copa de vino en la mano, con la mejor sonrisa, colgamos. Definitivamente terminamos una relación que no nos hace bien.

Y sin prisas por el tiempo, por la edad, por las canas o las arrugas; nos disponemos a ser felices a tiempo completo, haciendo todo lo que queramos, pintando, estudiando algo nuevo, saliendo solos o quedándonos en casa; hasta que un día sin darnos cuenta; en ese museo que todos tus amigos critican de aburrido, se da una charla, unas cuantas risas; un intercambio de teléfonos y muchas coincidencias entre dos seres que sienten respeto y afinidad.

Sin miedos en el horizonte nos embarcamos libres hacia una posible relación, posible porque ya no tememos de encajar con nadie y sabemos que podemos poner punto final, cuando lo decidamos.

Respetarse, saber lo que queremos y ser fieles a ello, estimular nuestra autoestima a diario, reflexionando y haciendo autocrítica para no desestimar ni prejuzgar a nadie, quererse tal cuál se es, mimarse y cuidarse, son algunas de las conductas que debemos implementar para no caer en miedos ni en manipulaciones ajenas.

Y escuchar nuestra voz interior, ella nunca se equivoca.